lunes, 7 de marzo de 2016

El maestro arquero, de David Gilman

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Esta novela histórica narra la vida de Thomas Blackstone, un joven británico que se ve obligado a alistarse en la guerra contra Francia tras el crimen que comete su hermano menor, Richard. A lo largo de las pequeñas escaramuzas y asedios previos a la batalla de Crécy, Thomas se va convirtiendo en un señor de la guerra, hasta el punto de terminar armado caballero tras la victoria inglesa en esa conocida confrontación. A partir de ese momento, su fama le crea amigos y enemigos y le transforma en un militar capaz de arrastrar a otros soldados de fortuna hasta la batalla de Poitiers y su posterior vida como mercenario en las ciudades Estado de Italia.

La documentación previa permite encajar la vida de Blackstone en una época histórica marcada por la violencia y la inestabilidad en el trono de Francia. Y esa es la principal virtud de El maestro arquero, que hilvana muy bien la ficción con los hechos históricos. Hablamos de una narración bélica y, por tanto muy violenta, en una época en la que la vida valía muy poco y a los soldados se les pagaba con el botín de los saqueos.

Si el trabajo de documentación histórico es muy serio, no lo es menos la parte que se dedica a las armas y aperos de guerra y a la forma en la que se enfrentaban los distintos especialistas con sus técnicas correspondientes. Da la impresión de que el ex soldado Gilman crea una historia medieval pensando precisamente en la parte más realista de la Historia, en el cómo se mataban unos a otros durante el siglo XIV en plena Guerra de los Cien años.

La narración es ágil y entretenida, con una historia creíble como hilo argumental y en la que, como siempre me suele pasar, echo en falta un mapa. El maestro arquero es una novela de aventuras en el marco de una época de gran violencia en la que Inglaterra y Francia peleaban por el control del territorio galo y que hará las delicias de quienes quieran entender un poco más la Europa medieval o quieran conocer el día a día de los mercenarios que arrasaban el Viejo Continente cuando no tenían guerras en las que luchar.

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